El colesterol bueno (o HDL) se llama así porque ayuda a remover el colesterol malo que se haya acumulado en las paredes arteriales. El malo (LDL) forma placas que se depositan en las arterias obstruyendo el flujo sanguíneo y aumentando los riesgos de padecer ataques cardíacos y cerebro vasculares.
En un análisis con valores normales el colesterol total no debe superar los 200 miligramos por decilitro, debiendo obtenerse del HDL un valor superior a 50 y del LDL uno inferior a 100.
Lo importante es saber cómo modificar estos resultados en caso de que hubiesen dado mal. Nuestra primera opción será incrementar la actividad deportiva y alimentarnos sanamente. El secreto de una nutrición adecuada está en el tipo de grasas que incorporemos. Las grasas vegetales que encontramos en los aceites de maíz, de oliva, de girasol no son nocivas. Sí lo son las grasas animales que tienden a solidificarse.
Hay alimentos como el ajo, la cebolla cruda, el pescado azul, el aceite de oliva y el de pepitas de uva, la manzana, la zanahoria y las legumbres que son excelentes para regular ambos colesteroles.
También es relevante incluir alimentos con alto poder antioxidante. ¿Por qué? Porque el colesterol que se adhiere a nuestras arterias se forma con grasas nocivas que se oxidan, entonces si podemos evitar que se oxiden habremos ganado la mitad de la batalla. Por ello es importante consumir naranjas, papayas, pimientos, kiwis, pepinos, frutos oleaginosos o frutos secos, calabaza, zapallo y brócoli.
Cuando el plan nutricional no sea suficiente nuestro facultativo nos indicará alguna ayuda farmacológica para lograr niveles saludables de colesterol.
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